Ya es un nuevo día, y
en la mesilla de noche suena la canción favorita que tanto odia, su cara
todavía está empapada, su cabello está enfadado consigo mismo y sus sábanas han
intentado escaparse descaradamente, como cuando ella a veces corre por la
calzada cuando un semáforo la amenaza parpadeando en verde. Y rompe la música
del aire con sus dedos.
– Calma de nuevo –
dice mientras busca un calcetín que también intentó fugarse con sus sábanas.
Ella hoy se siente enredada por dentro y un poco rebelde por fuera, pisa fuerte
sobre la alfombra de su cuarto formando eco al otro lado del mundo que está
bajo sus pies, ella hoy quiere enfadarse por cualquier cosa, quiere sacar la
lengua, arrodillarse y volver a ser niña para aprenderlo todo por primera vez, quiere
tirar sus tacones sin necesidad de sentirse pequeña, quiere sonreír en una foto
y no sentirse mentirosa por no recordar cómo se hacía. Y quiere sobretodo ser
querida. Tal y como quieres a un ser querido que te ha enseñado a ser mejor
persona sólo con su forma de mirarte, y tal y como se quiere a un lugar, a un momento,
o incluso a alguien que acabas de conocer. Y esto puede pasar una vez en la
vida, puede pasarte mañana, ya pudo haberte pasado antes o puede que ni
siquiera te pasen y te des cuenta de las cosas que te has perdido o de las que
posiblemente en un futuro te perderás. Porque tener ganas de vivir es la mejor
sensación que nadie jamás podría sentir ¿Hay alguien tan afortunado como para
levantarse todos los días con ganas de comerse el mundo?
Y lo más triste es que
todo esto pasa cuando la vida se encarga de enseñarte estas cosas a base del
sufrimiento y de lo que más duele. Y nadie viene a decirte cómo te tienes que
enfrentar a la vida y cómo tienes que actuar en cada momento, estás sólo. Eres
simplemente una persona inestable y especialmente vulnerable, y con el tiempo y
los años endureces tu forma de ver y hacer las cosas. Es difícil, pero ¿sabes?
Es lo más bonito de haber nacido. Nunca entenderás por qué lo es hasta que
comprendas que no puedes controlar tus circunstancias y que aunque sientas que
no puedes seguir adelante, nunca podrás retroceder.
Puedes vivir cosas
horribles, incluso cosas que sabes que no mereces vivir. Puedes gritar y decir
que tienes miedo de la soledad y de ser frágil. Puedes sentirte roto, como
cuando sientes que tus padres no tienen tiempo para ti, o como cuando haces un sobre esfuerzo que nunca fue reconocido. Pero lo peor es tener la mente y el
corazón rotos, porque algunos dicen que después de que eso pase, es tanto el
dolor, que no sientes nada. El ruido del ambiente corre por tus vellos de punta
y las vibraciones te llegan a todas partes, desde la frente hasta los talones,
pero apenas eres capaz de pronunciar palabra. Te sientes muerto en vida,
sientes todas las emociones del mundo a la vez, la furia, la tristeza, la
locura, el rencor, la incertidumbre… y tu mirada se termina perdiendo en lo más profundo de tu ser hasta que parece no estar más contigo, se pierde y se
imagina soñando, porque sabe que ningún sueño por espantoso que sea no puede
compararse con la realidad que estás viviendo.
Intentas escaparte, encerrarte y engañarte, arrancas lágrimas de tu cara creyendo que si se quedan
dentro, además de tener un corazón roto también tendrás un corazón ahogado.
Pero te terminas dando cuenta de la triste realidad. Después sabes que no vas a
volver a sentir la felicidad tal y como la conoces que cuando tuviste uso de
razón, como cuando montas por primera vez sin pedales tu bici nueva o como
cuando hueles desde tu cama los churros que trae tu padre para desayunar. Pues
para ella eso era la felicidad, y se da cuenta de cuánto echa de menos esas cosas.
Y cuando despierta de todo eso habiendo vivido tantas cosas, ese día llegó a
aceptar su vida. Aceptó las condiciones, las ventajas y desventajas, aceptó
reírse y llorar, aceptó no tener ganas y sacarlas de donde no las había, aceptó
el querer y el olvidar, porque de eso trata la vida.
Ahora tiene más días que nadie para odiarse, para quererse,
para estar enredada y querer cantar con la música alta, para dar besos sin que
se los pidan, para romperse un día y arreglarse al otro, para estar loca, para
decir tantas tonterías como se le ocurran, para sonreír en las fotos, para
burlarse de los que se burlan, para sentirse agobiada y dar lo mejor de ella
misma, incluso para amar lo que hace, amarse ella, y amar a los que le rodean.
Y sí, ese día ella se levantó llorando, para qué dar rodeos, pero si pisó
fuerte su alfombra no fue por pena ni por estar tan triste. Fue porque le
alegraba saber que, aunque lloraba cada noche, era capaz de seguir adelante.
Marcó un comienzo
entre lo real y lo inconsciente, tachó su pasado de su mente y también, podría
decirse que, recogió sus escombros.
Después de tanto
tiempo, de haberse despertado cada día con los ojos invadidos en recuerdos,
después de haber borrado tantas palabras inservibles de su libreta en blanco y
después de haberse esforzado por mantener sus andares ridículamente normales
manteniendo su cabeza bien alta, después de todo eso; su tristeza, se va.