sábado, 30 de noviembre de 2013

Se va.

Ya es un nuevo día, y en la mesilla de noche suena la canción favorita que tanto odia, su cara todavía está empapada, su cabello está enfadado consigo mismo y sus sábanas han intentado escaparse descaradamente, como cuando ella a veces corre por la calzada cuando un semáforo la amenaza parpadeando en verde. Y rompe la música del aire con sus dedos.
Calma de nuevo – dice mientras busca un calcetín que también intentó fugarse con sus sábanas. Ella hoy se siente enredada por dentro y un poco rebelde por fuera, pisa fuerte sobre la alfombra de su cuarto formando eco al otro lado del mundo que está bajo sus pies, ella hoy quiere enfadarse por cualquier cosa, quiere sacar la lengua, arrodillarse y volver a ser niña para aprenderlo todo por primera vez, quiere tirar sus tacones sin necesidad de sentirse pequeña, quiere sonreír en una foto y no sentirse mentirosa por no recordar cómo se hacía. Y quiere sobretodo ser querida. Tal y como quieres a un ser querido que te ha enseñado a ser mejor persona sólo con su forma de mirarte, y tal y como se quiere a un lugar, a un momento, o incluso a alguien que acabas de conocer. Y esto puede pasar una vez en la vida, puede pasarte mañana, ya pudo haberte pasado antes o puede que ni siquiera te pasen y te des cuenta de las cosas que te has perdido o de las que posiblemente en un futuro te perderás. Porque tener ganas de vivir es la mejor sensación que nadie jamás podría sentir ¿Hay alguien tan afortunado como para levantarse todos los días con ganas de comerse el mundo?
Y lo más triste es que todo esto pasa cuando la vida se encarga de enseñarte estas cosas a base del sufrimiento y de lo que más duele. Y nadie viene a decirte cómo te tienes que enfrentar a la vida y cómo tienes que actuar en cada momento, estás sólo. Eres simplemente una persona inestable y especialmente vulnerable, y con el tiempo y los años endureces tu forma de ver y hacer las cosas. Es difícil, pero ¿sabes? Es lo más bonito de haber nacido. Nunca entenderás por qué lo es hasta que comprendas que no puedes controlar tus circunstancias y que aunque sientas que no puedes seguir adelante, nunca podrás retroceder.

Puedes vivir cosas horribles, incluso cosas que sabes que no mereces vivir. Puedes gritar y decir que tienes miedo de la soledad y de ser frágil. Puedes sentirte roto, como cuando sientes que tus padres no tienen tiempo para ti, o como cuando haces un sobre esfuerzo que nunca fue reconocido. Pero lo peor es tener la mente y el corazón rotos, porque algunos dicen que después de que eso pase, es tanto el dolor, que no sientes nada. El ruido del ambiente corre por tus vellos de punta y las vibraciones te llegan a todas partes, desde la frente hasta los talones, pero apenas eres capaz de pronunciar palabra. Te sientes muerto en vida, sientes todas las emociones del mundo a la vez, la furia, la tristeza, la locura, el rencor, la incertidumbre… y tu mirada se termina perdiendo en lo más profundo de tu ser hasta que parece no estar más contigo, se pierde y se imagina soñando, porque sabe que ningún sueño por espantoso que sea no puede compararse con la realidad que estás viviendo.
Intentas escaparte, encerrarte y engañarte, arrancas  lágrimas de tu cara creyendo que si se quedan dentro, además de tener un corazón roto también tendrás un corazón ahogado. Pero te terminas dando cuenta de la triste realidad. Después sabes que no vas a volver a sentir la felicidad tal y como la conoces que cuando tuviste uso de razón, como cuando montas por primera vez sin pedales tu bici nueva o como cuando hueles desde tu cama los churros que trae tu padre para desayunar. Pues para ella eso era la felicidad, y se da cuenta de cuánto echa de menos esas cosas. Y cuando despierta de todo eso habiendo vivido tantas cosas, ese día llegó a aceptar su vida. Aceptó las condiciones, las ventajas y desventajas, aceptó reírse y llorar, aceptó no tener ganas y sacarlas de donde no las había, aceptó el querer y el olvidar, porque de eso trata la vida.
Ahora tiene más días que nadie para odiarse, para quererse, para estar enredada y querer cantar con la música alta, para dar besos sin que se los pidan, para romperse un día y arreglarse al otro, para estar loca, para decir tantas tonterías como se le ocurran, para sonreír en las fotos, para burlarse de los que se burlan, para sentirse agobiada y dar lo mejor de ella misma, incluso para amar lo que hace, amarse ella, y amar a los que le rodean. Y sí, ese día ella se levantó llorando, para qué dar rodeos, pero si pisó fuerte su alfombra no fue por pena ni por estar tan triste. Fue porque le alegraba saber que, aunque lloraba cada noche, era capaz de seguir adelante.
Marcó un comienzo entre lo real y lo inconsciente, tachó su pasado de su mente y también, podría decirse que, recogió sus escombros.


Después de tanto tiempo, de haberse despertado cada día con los ojos invadidos en recuerdos, después de haber borrado tantas palabras inservibles de su libreta en blanco y después de haberse esforzado por mantener sus andares ridículamente normales manteniendo su cabeza bien alta, después de todo eso; su tristeza, se va.

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