No subestimes el dolor que sufre un
puño cerrado a causa de un recuerdo que se esparce desde el alma hacia
los ojos. Pocas mentes has sabido descifrar cómo es ese tipo de
sentimiento que hace que los dedos de tus pies se estremezcan, el
sentimiento en el que te sientes físicamente activa y mentalmente
débil, ese tipo de momento en el que tu vida no te satisface lo
suficiente. Eso es lo que hace un dolor agudo que no se ve, sólo se
siente, penetrante, permanente y perenne, que sigue ahí aunque a
veces creas que no está porque te distraes, pero que vuelve a
dolerte repentinamente cuando la vida se pone en tu contra de nuevo y
hace que vuelvas a recordar, recuerdos que se cruzan en la mente como
dagas afiladas y al rojo vivo. Un recuerdo o un instante, una
palabra, un gesto, un lugar, un olor, un sonido, una sonrisa, una
palabra, una mano que sujeta la tuya, una caricia en el pelo, un
bostezo que termina en risa, un insulto que resulta ser broma; y a
veces esas cosas parecen que no están, a veces esas cosas cobran
sentido con el tiempo y se vuelven más valiosas a medida que las
recuerdas, y aprendes a valorar y a no olvidar nada, porque en un
futuro puede servirte para acudir a esos recuerdos y que te den de
nuevo la vida que desperdicias haciendo cosas inútiles o que
simplemente no te llenan. A veces esas cosas también te destrozan
por dentro si quieres revivir todo aquello, porque sabes que se han ido y no
volverán, que sólo te queda crear nuevos recuerdos encima para
engañarte y decir que los antiguos nunca estuvieron –aunque
siempre estén-. A veces, sólo a veces, es normal echarlo de menos y
ser imbécil -o feliz-.
Lo cierto es que no puedo huir de eso
porque estás en todas partes, estás siempre aunque no quiera verte
y te evite en cada esquina, lo cierto es que estás en todo lo que
hago y en todo lo que miro, en la ternura de un bebé que duerme
plácidamente, en la impaciencia de una anciana con prisas, en el
suelo que piso y en el amanecer que nunca presencio, estás en un
“buenos días” y en el último bocado del último donut, estás
en mi tinta -y en tu salsa-. Vienes y vas como si quisieras estar
conmigo sólo a ratos -y a tus anchas-, vigilando siempre a dónde voy
y qué cantidad de veces soy capaz de decir que no tengo hambre.
Estás cuando me desvelo y creo estar sola y encontrarme en ningún
lugar, perdida, pero ahí estás, observando con tranquilidad
absoluta cómo me doy cuenta de que has aparecido en frente mía y me
miras en silencio y sonriendo. Y te vas, como siempre, sin decir
palabra, como si te sirviera ver que estoy viva y te conformaras con
eso. A veces lo odio, y otras muchas, la mayoría,
haces que saque de
mi esa parte que no sabía que existía. La parte en la que no tengo
miedo de mirar fijamente a alguien, la parte en la que salto fuera de
la timidez y de lo absurdo, la parte que me gusta de mi, solo eso.
¿Hasta cuándo estarás dispuesto a
seguirme? Ingenuo, sé que estás ahí, y sin embargo, no sé ser yo,
sin ti.
Fotografías mentales de momentos preciosos.