jueves, 9 de enero de 2014

El placer de escribirte.

Ella te escribía, sólo por el placer de recordarte. Sus primeras líneas comenzaban con suspiros y se iban escribiendo poco a poco en una piel suave, tu historia y su historia. A más suspiros más escribía, por eso decía que vivía por y para ti, cuanto más te recordaba menos aire le quedaba. Así mil y una cosa más a tu favor. Empezó a describir su mejor momento contigo, y cómo su cuerpo estaba hecho de escalofríos, que la rodeabas con toda tu ternura, que la besabas y después posabas tus labios sobre ella como si te preocupara que su piel se acabara.

Sabe reconocer cosas bonitas cuando las ve, y sobretodo cuando las siente. Y de repente un escalofrío era bonito, simplemente porque eras el motivo.

No quería irse del momento, ni del día, ni del lugar, no quería que el sol se escondiera ni que las vías del tren os dedicaran una banda sonora. Sólo deseaba sumergirse en el momento sin ningún miedo, cerrar los ojos y sentir como poco a poco dejaba de existir.
Ese momento se convirtió en otra razón más para quererte. Tú sonreías, esa sonrisa que acabó siendo suya. Tu forma de abrazarla hizo que encontraras su mirada, y tuvisteis una conversación en silencio, en la que decías que cada vez la querías más y no entendías por qué. Ella cada vez era un poco más tuya y la tenías un poco más cerca.

"Él es una brisa", decía. "Una brisa que te acompaña el paseo mientras vas distraída, te acompaña la voz cuando hablas y el silencio cuando callas. Él te acompaña y te sonríe, es una brisa en forma humana."

Ella estaba totalmente refugiada en cada palabra que salía por la punta de su lápiz. Como inmersa en él, ~y en sus brazos~.
Cogidos de la mano, la brisa y su musa, se miraban cada cinco segundos y medio para creerse que estaban ahí de verdad. Hablaron durante horas para no inventarse un mundo en el silencio, ~o en sus ojos~. Ella miraba a su acompañante admirada, risueña y con una gran calma. Le observaba mientras se reía, y comparaba ese instante con todos los momentos felices que había vivido. No supo decidirse porque lo sabía, que los instantes siempre ganan. Instantes que valen oro, que se guardan bajo llave y bajo tortura, que aguantan pérdidas de memoria y demencias. De vez en cuando apartaba la mirada y se centraba en otra cosa, porque él era demasiado para una mente creativa e inquieta. Demasiado bueno, demasiado dulce, y demasiada sensación de logro junta. Provocaba en ella un cambio al que tenía miedo, él hacía que sacara su verdadera personalidad, en realidad la hacía feliz. Se sentía dichosa y se preguntaba de dónde había salido semejante obra de arte tan bien dibujada, y si podía quedarse con él, al menos para que la convirtiera en una musa menos gruñona.
Paró de escribir, ansiaba que desapareciera ese dolor de su pecho, se ahogaba, respiró muy hondo y esperó, esperó el mismo tiempo que esperaba para volver a mirarle. Colocó de nuevo el lápiz sobre el papel:
- "Mi brisa..."
Su brisa la salvó, le regaló cinco segundos y medio.

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